Te está faltando
el aire, el pecho galopa y no hay riendas hoy... se va. No querés un médico,
querés algo que de verdad te salve. Algo que te salve de morirte así. Un abrazo
estaría bien. Hace mucho que no abrazás, porque por ahí te manchan la camisa...
y perdiste un día para comprar esa camisa. Seguís pensando y repitiendo para
tus adentros... "un abrazo estaría bien". Tu esposa, buena la
derivación de la palabra venido al caso, está de compras. Lleva una Louis
Vuitton (mañana es tarde de té y de desmenuzar alguna que otra pobre vida). Tu esposa...
está abrazando a la vendedora que le dijo que se veía más joven mientras le
miraba el cartón dorado en la billetera. Es como si la vieras. Tu hijo está
encerrado en su pieza, abrazado al celular, con los auriculares en las
entrañas... total si algo pasa afuera a él no le importa, porque vive en un
barrio privado y para eso le garpa al de seguridad. Y no va a ir hasta la
pieza, porque la última vez que te pidió un mimo tenías reunión, y el pibe
rencoroso no se olvidó más. Pensás que hubiera pasado ese día si lo abrazabas
cinco segundos, cerrando los ojos, apretándolo contra el pecho. Pensás que
hubiera pasado si en vez del celular más caro hubiese sido una pelota, y ahora
te estuviese faltando el aire por correr en el patio. Es tarde, ahora tiene más
sistema operativo que sangre, y es tu culpa. Él quería un mimo, como hacía el
papá de Facundo.
Tu perro, ese
con cara de malo que se hace pis cuando escucha a una cuadra tu Land Rover,
porque siente tu olor, porque no le importa que lo dejes solo. Tu perro sabe
que te estás por morir. Rasca el piso, ladra, llora... le sangran las patas.
Nadie lo quiere escuchar. Todos están ocupados. Pensás que hubiera pasado si en
vez de tenerlo como alarma comunitaria, lo hubieses querido. Si en vez de
sacarlo al patio porque te molestan los pelos, con dos palmaditas en la cama lo
ponías a tus pies. Tu corazón se acelera otra vez, el tiene frío y vos también,
aunque en realidad estés calentito. Algo tibio corre por detrás de tus ojos.
Una lágrima. Una lágrima mojando tus sábanas de seda. Una lágrima, vos... que
creíste que Carlos era puto porque lloraba por amor, porque un amor lo había
abandonado. Vos que hace mucho no abrazás, y que no tenés más alegría que tu
caja de ahorro. Pensás... en todo lo que tenías cuando no tenías. Pensás en la
carpa, en la remera de la suerte, en la chica que te besaba con lengua, en el
poster de los Beatles y en la guitarra que te firmaron todos tus amigos. Tus
amigos ¿dónde estarán? ¿les dolerá el pecho? ¿alguien los abraza? No sabes,
porque los dejaste en el barrio, colgados en el perchero de la vida, cuando
apareció la rubia de las gomas hechas. Los dejaste, pero no importaba porque
podías comprar más. Quién te dice, quizá encontrabas alguno que viviera en el
barrio, y que no tome fernet, porque eso a tu mujer le daba asco.
Ya casi no
respirás y pensás en tu vieja. Tu vieja en el geriátrico, en una pieza fría,
sola y olvidada. Pensás en tu vieja que tiene Alzheimer y aún así, sólo
recuerda tu cara... sólo le queda tu cara -sin abrazo- porque también se olvidó
cómo se siente tu pecho cerca y nunca volviste a recordárselo. Pobre vieja.
Ella te abrazaría aunque ya no te reconociera. Y ahora te vas a morir y no vas
a poder pedirle perdón.
Todo lo que vale
vida se cruzó por tu mente, todo lo que estaba guardado, todo lo poco que te
hizo feliz. Esperás que por milagro pase el aire, o venga un abrazo. Da igual.
Y si te besa el milagro ya sabes que hacer cuando despiertes. Amar, abrazar,
soltar, ser feliz, regalar, acariciar, besar, respirar, correr... y tanto más.
Si tan sólo tu cuerpo no muere ésta noche, vas a vivir.
Autora: Maru Leone.
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