domingo, 6 de noviembre de 2016

Te está faltando el aire...

Te está faltando el aire, el pecho galopa y no hay riendas hoy... se va. No querés un médico, querés algo que de verdad te salve. Algo que te salve de morirte así. Un abrazo estaría bien. Hace mucho que no abrazás, porque por ahí te manchan la camisa... y perdiste un día para comprar esa camisa. Seguís pensando y repitiendo para tus adentros... "un abrazo estaría bien". Tu esposa, buena la derivación de la palabra venido al caso, está de compras. Lleva una Louis Vuitton (mañana es tarde de té y de desmenuzar alguna que otra pobre vida). Tu esposa... está abrazando a la vendedora que le dijo que se veía más joven mientras le miraba el cartón dorado en la billetera. Es como si la vieras. Tu hijo está encerrado en su pieza, abrazado al celular, con los auriculares en las entrañas... total si algo pasa afuera a él no le importa, porque vive en un barrio privado y para eso le garpa al de seguridad. Y no va a ir hasta la pieza, porque la última vez que te pidió un mimo tenías reunión, y el pibe rencoroso no se olvidó más. Pensás que hubiera pasado ese día si lo abrazabas cinco segundos, cerrando los ojos, apretándolo contra el pecho. Pensás que hubiera pasado si en vez del celular más caro hubiese sido una pelota, y ahora te estuviese faltando el aire por correr en el patio. Es tarde, ahora tiene más sistema operativo que sangre, y es tu culpa. Él quería un mimo, como hacía el papá de Facundo.
Tu perro, ese con cara de malo que se hace pis cuando escucha a una cuadra tu Land Rover, porque siente tu olor, porque no le importa que lo dejes solo. Tu perro sabe que te estás por morir. Rasca el piso, ladra, llora... le sangran las patas. Nadie lo quiere escuchar. Todos están ocupados. Pensás que hubiera pasado si en vez de tenerlo como alarma comunitaria, lo hubieses querido. Si en vez de sacarlo al patio porque te molestan los pelos, con dos palmaditas en la cama lo ponías a tus pies. Tu corazón se acelera otra vez, el tiene frío y vos también, aunque en realidad estés calentito. Algo tibio corre por detrás de tus ojos. Una lágrima. Una lágrima mojando tus sábanas de seda. Una lágrima, vos... que creíste que Carlos era puto porque lloraba por amor, porque un amor lo había abandonado. Vos que hace mucho no abrazás, y que no tenés más alegría que tu caja de ahorro. Pensás... en todo lo que tenías cuando no tenías. Pensás en la carpa, en la remera de la suerte, en la chica que te besaba con lengua, en el poster de los Beatles y en la guitarra que te firmaron todos tus amigos. Tus amigos ¿dónde estarán? ¿les dolerá el pecho? ¿alguien los abraza? No sabes, porque los dejaste en el barrio, colgados en el perchero de la vida, cuando apareció la rubia de las gomas hechas. Los dejaste, pero no importaba porque podías comprar más. Quién te dice, quizá encontrabas alguno que viviera en el barrio, y que no tome fernet, porque eso a tu mujer le daba asco.
Ya casi no respirás y pensás en tu vieja. Tu vieja en el geriátrico, en una pieza fría, sola y olvidada. Pensás en tu vieja que tiene Alzheimer y aún así, sólo recuerda tu cara... sólo le queda tu cara -sin abrazo- porque también se olvidó cómo se siente tu pecho cerca y nunca volviste a recordárselo. Pobre vieja. Ella te abrazaría aunque ya no te reconociera. Y ahora te vas a morir y no vas a poder pedirle perdón.
Todo lo que vale vida se cruzó por tu mente, todo lo que estaba guardado, todo lo poco que te hizo feliz. Esperás que por milagro pase el aire, o venga un abrazo. Da igual. Y si te besa el milagro ya sabes que hacer cuando despiertes. Amar, abrazar, soltar, ser feliz, regalar, acariciar, besar, respirar, correr... y tanto más. Si tan sólo tu cuerpo no muere ésta noche, vas a vivir.
Autora: Maru Leone.

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