Renuncié de las esperas inútiles. De creer en promesas hechas en la rompiente de la emoción. De permitirle acelerarse al corazón por bultos de contradicción.
Renuncié si de las memorias dolorosas, afirmando bellas mentiras que el presente negó. De los apegos exagerados que confunden el alma.
De la misma trasnochada. Del mismo trago. Misma mesa. Mismo pedo. Mismo dilema. Misma acera. Mismo quejido. Misma ressaca. De los afectos ensayados. De ser protagonista sin par. De la tempestad que llega acomodada y se transforma en lluvia fina esa que no refresca el calor.
Lo que sí desistí fue de la intelectualidad confusa que no traduce lo esencial.
Lo que sí renuncié fue de la noche sin café, sin conversaciones, sin tragos, sin carcajadas, sin apetitos afectivos, sin propinas amorosas.
Lo que si renuncié fue de la palidez de las palabras que dejó la verdad escondida.
Renuncié de la decisión floja.
Renuncié de oír las afirmaciones orgullosas de quien cree que lo sabe todo.
Lo que sí renuncié fue de no encarar lo que sentenciaba mis intuiciones.
Renuncié de la audacia por el camino más corto y también el más peligroso.
Renuncié de entibiar fantasías que sí regadas crecen y toman el lugar de la sobriedad. De enloquecer los sentidos intentando descifrar los repetidos silencios de quien tiene mucho que hablar.
Renuncié de intentar entender la insistencia de la saudade, la fragilidad del corazón que eludido se expande, dilata, quiebra y a los pedazos se rehace para tiempo después repetir el mismo trayecto.
Renuncié sí fue, pero, fue de la cobardía que se empeña en traer el engañoso conforto para justificar la incapacidad de enfrentar, recomenzar, experimentar, cambiar, resistir.
No renuncié de lamer el dedo y dar vuelta la página para vivir la vida.
(Ita Portugal)
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