Hoy día es usual el no ver a la pareja como alguien
con quien compartir, sino como un objeto del cual apropiarse para utilizar cada vez que se requiera y desechar cuando se vuelve molesto, o si deja de cumplir con la mínima de una enorme serie de exigencias: “Mi pareja debe ser
inteligente, con cierta posición social, económica y académica,
determinado físico, cierta edad, que no tenga tales
defectos, que sea creyente de ciertas cosas y poseedor de
muchísimas virtudes. Que me acompañe pero sin
asfixiarme, que me llame pero sólo a ciertas horas, que no
quiera verme muchas veces para no cansarme, ni pocas para
no sentirme solo, pero tampoco establecer un ritmo fijo
en medio de esos dos extremos porque se convierte en
una aburrida rutina, y al primer fallo en alguna de esas cosas,
¡le mando a volar porque ya no sirve para nada!” Esta situación tan común actualmente, representa una exigencia extrema que no se hace sólo con el fin de garantizar una relación satisfactoria, sino también porque se trata a las personas como objetos de consumo a los cuales se les demanda lo máximo sólo para obtener gratificación. Se considera a la pareja no como alguien de quien recibir lo que pueda y quiera dar, sino como alguien a quien sacarle todo lo que se pueda y se quiera recibir. No es compartir con un ser humano, es hacer negocio con éste y en muchos casos, un intento de estafarle.
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