Él y yo no éramos nada parecidos, en
nada. Él era de tiernos; yo de mandar todos al carajo. Él era un ángel y yo el
demonio que lo sonsacó. Él mataba con su sonrisa y yo con mi silencio. Él era
claridad y yo oscuridad, aunque la odiaba, aunque me aterrorizaba. Lo siento,
cariño, ¿estás seguro de tu elección? Su piel era muy blanca y limpia, yo, por
lo contrario, tenía cortes que quizás no se notaban pero ahí estaban,
recordándome lo que un día fui; por lo que un día viví y morí. La manera de caminar no coincidía, mucho menos la
estatura. Nunca pensaban igual. Nuestras ideas eran diferentes, él daba frente;
yo me escondía. Él muy seguro de lo que es; yo de mis inseguridades. Él
escribía poesía; yo letras suicidas. ¿Nada en común, cariño? O casi nada, salvo
por las edades. Quizás la música o el helado, las estrellas o la luna. Aunque
sus manos parecían hechas como piezas exactas, encajaba la una con la otra. Él
era como blanco; yo, negro. Él la tinta y yo el papel. Y lo más importante,
Aquí estaba para él y el para mí.
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