Después de tantos desacuerdos, mi corazón y mi lengua hicieron un trato,
cuando mi corazón esté enfurecido, mi lengua guardará silencio. Las palabras
responden a los sentimientos y estos a las ideas. Por eso es imposible dominar
nuestras palabras si no somos dueños, amos y señores de nuestros sentimientos y
estos sentimientos se irán calmando según la fuerza de nuestras ideas. A un
corazón que no se domina responderán palabras violentas. A un corazón cerrado
en sí mismo se darán palabras y actitudes que desprecian a los demás. Por consiguiente callaré cuando mi corazón no esté sosegado y en calma, no hablaré porque seguramente me arrepentiré de lo que diga o por lo menos del modo como lo exprese o del momento en que lo diga. Si en general el corazón no acostumbra ser un buen consejero, menos lo será cuando no esté en paz y no se sentir dueño de sí mismo...
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