Qué bueno sería si fuésemos como niños, capaces de
perdonar, olvidar y seguir juntos. Cuantas veces criamos problemas graves, de larga
duración, solamente por el hecho de no ceder un milímetro de nuestro propio
orgullo.
Cuantas parejas han conturbado su relacionamiento
porque uno no desea perdonar al otro por la palabra agresiva, por el gesto
infeliz de la grosería. Muchas veces el ofensor intenta redimirse.
Por sentir dificultades de aproximación y pedir
disculpas envía flores con un billete, una tarjeta, pero en vez de recibir lo
que esperaba tiene devuelto el ramillete y el recado. Persistiendo la mala
voluntad de uno, a indelicadeza del otro se deshace un compromiso afectivo
generando serias consecuencias.
Amistades de
largos años se pelean por cosa ninguna. Bastaría tan poco… bastaría que
volviésemos a la capacidad de nuestra infancia, cuando olvidábamos a la tarde
la discusión que nos molestó a la
mañana.
Sabias que perdonar consiste en dar una oportunidad a
quien ofendió de redimirse? Que el ejercicio del perdón exige una buena dosis
de humildad y de altura?
Todos precisamos que nos perdonen por las faltas de
todos los días, por el nerviosismo de las respuestas, por las críticas
irónicas, por el descaso y la indiferencia…
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