sábado, 9 de agosto de 2014

Cuando hayas perdido la sinceridad...


Cuando hayas perdido la sinceridad, cuando te vuelvas convencional y claudiques hasta de tus más queridas convicciones…
Cuando te elabores los argumentos para justificar tus miserias y, además las justifiques…
Cuando sacrifiques la amistad por el poder, cuando festejes el humor de los mediocres como la pobre copera lo hace con sus clientes…
Cuando te acostumbres a juzgar a los demás por la calidad de la ropa que visten…
Cuando mires con concupiscencia la mujer del amigo que te brinda la mesa, el techo y hasta el lecho…
Cuando juzgues despreciativamente a un borracho, cuando te erijas en juez inflexible de una prostituta.
Cuando te sientas respetuoso de la ley nada más porque pagas tus impuestos al día…
Cuando te inclines por lo que te conviene y no por lo que realmente sientas.
Cuando después de tres días consecutivos adviertas que ni una sola vez levantaste los ojos al cielo.
Cuando digas con la voz impostada del a-forista que deben existir los pobres y los ricos, los triunfadores y los fracasados, los dirigentes y los dirigidos. Y agregues con la misma impostada presuntuosidad que los pueblos tienen los gobiernos que se merecen…
Cuando te refieras a la gente y no te sientas incluido en ella.
Cuando pronuncies por primera vez la palabra negro con asco.
Cuando te sientas ufano y orgulloso de ser blanco.
Cuando llegues a gerente y además te sientas gerente.
Cuando a fuerzas de proclamar tus des-prejuicios desemboques sin escrúpulos en el crimen.
Cuando dejes tus tarjetas en los velatorios para que nadie dude de tu puntualidad…
Cuando entones canciones de protesta porque está de gran moda cantarlas.
Cuando tus más queridos sueños literarios, cuando la fresca espontaneidad de tu primer soneto desemboquen en la prosa gris y árida de un memorándum ejecutivo.
Cuando asistas sin inmutarte a un desalojo.
Cuando proclames ante tus hijos tu brillante carrera de triunfador…
Cuando dejes de concurrir a los parques, cuando dejes de mirarle los ojos a las muchachas.
Cuando ya no te quede la posibilidad de un asombro ni un resto de candor, ni una lágrima para una pena ni el estremecimiento para un abrazo de hermano, ni el valor para jugarte en un gesto…
Cuando pierdas la facultad de arrepentirte, cuando seas incapaz de perdonar, cuando te sientas vacío para querer, cuando maquines por primera vez…
Entonces, ¿de qué te servirá el poder, de qué el dinero, de qué los amoríos fáciles, de qué las frases huecas, de qué tu vida?
Porque, entonces, con solo mirarte ante el espejo comprobarás que te has transformado en lo que se dice comúnmente... ¡una mierda!

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